miércoles, 30 de octubre de 2013

Una mañana cualquiera


Mirna había terminado sus estudios de Marketing con buen promedio, su familia tenía la expectativa que la niña de casa, la última de cinco hermanos, consiguiera un buen puesto de trabajo; entre cosas que pasan y malas experiencias laborales,  logro a muy corta edad, ser gerente de una distinguida empresa, además de profesora de la misma profesión. Su transcurrió entre estudios y labores, la consigna de ser el orgullo de sus padres estaba muy bien arraigada en su proceder diario, nunca había tenido una pareja formal y menos de paso, y en su adolescencia, el conflicto sexual fue un karma muy grande para ese débil cuerpo juvenil, y a sus veinticinco años, aún no había definido cuál era la opción sexual que más prefería.

Eran exactamente las ocho y media de la mañana, cuando entré por las instalaciones de mi nuevo trabajo, los módulos y oficinas gerenciales aún lucían vacías, a pesar de que la hora de entrada eran exactamente a las ocho de la mañana, según lo establecido por la empresa.

El escritorio para mis labores ya contaba con un computador, el cual procedí a encender, cuando se escuchó en la oficina continua, un fuerte golpe, producto, asumí, de un manotazo sobre algún escritorio.

martes, 29 de octubre de 2013

Ella está a punto de llegar



La sensación de Armando era casi real, no solamente se suponía en un sin fin de situaciones, no solamente era el repetitivo camino imaginario que brindaba sus agotados pensamientos, en esos espacios vacíos de su mente, era un acopio de cosas sin sentido, era quizás el vértigo de la soledad sopesando el límite exacto de su insostenible cansancio por la vida.

No tenia espacios en su mente que no fueran ocupados por el dolor y por la desidia de volver hacer bien las cosas, era como un todo de irresponsabilidades dadas consecutivamente a los largo de su existencia, no pensaba remediarlas, no pensaba en pedir disculpas, no pensaba en tener esa minúscula oportunidad, a veces dada, para volver hacer las cosas bien y como deberían ser, solo tenía el reparo de pensar que  en algún momento había prestado dinero y nunca le iban a pagar – ¿Porque le preste dinero a ese hijo de perra? – se preguntaba; el tiempo ya no importaba, ni el espacio, ni la materia, todo era por las puras,  ya nada tenía sentido, o quizás sí… quizás si solo podría calmar ese pequeño escozor en su espalda, aliviar esa sensación de impotencia de no poder hacerlo por sus propios medios… medios que algún día tuvo y no supo aprovechar, tal vez nunca supo aprovechar nada, y esa indecisión hizo que su ser fuera así, triste, sin sentimiento, ni futuro cercano, y mucho menos lejano.

lunes, 28 de octubre de 2013

Pedro esta frente a su espejo


Llego la mañana con mucho sol, el resplandor por la ventana reposaba sobre el rostro de Pedro, un pestañear anunciaba un nuevo día, y en su cerebro se maquinaba toda la rutina diaria que venia con ese abrir de ojos que deseo con todas sus fuerzas que no sucediera, pero que a pasar de saber que la rutina lo cansaba en demasía, cumplía religiosamente el andar diario, pero que sabía en un momento del día llegaría a gustarle.

El proceder de hacer las cosas en su debido momento era una regla exacta para su modo de vida, que si alguna vez cambiaba, el juego de la torre de naipes caería, es por eso que Pedro se caracterizaba por ser muy apasionado en esos pequeños detalles que la gente común no le toma importancia, la minuciosidad del que hacer de sus cosas llegaban a lo ridículo, y en las pocas oportunidades que los compañeros de trabajo salían a su merecido descanso del fin de semana, Pedro obviaba la participación, pues pensaba que ir de parranda era perdida de tiempo y lo más importante, de dinero. Pero esa noche fue tanta la insistencia que los hombres y mujeres de juerga, que Pedro dudo mucho en decir que no.

El dolor de cabeza era terrible, no recordaba la noche anterior con un extraño momento de zozobra que no pudo explicar, pero continúo con el proceder de colocar los pies desnudos sobre el frío cemento de su pequeño cuarto, esto anunciaba para Pedro el comienzo de un nuevo día, pero igual en su forma.

Refregaba sus ojos con ambas manos y al terminar de sacudirse la modorra, quiso ver la hora exacta, pero no pudo encontrar el reloj que siempre dejaba encima del velador, desconcertado, miro a todos lados del frió cuarto que habitaba hace cinco años, como buscando el reloj de pulsera por las paredes, el techo y el piso, rindiéndose en la búsqueda, muy lentamente, como de costumbre, Pedro se acerco al calendario para saber el día exacto del deposito al banco, pues todo los primeros de cada mes la remuneración llegaba para aliviar las deudas, y poder seguir habitando el cuarto; siempre era cumplido con todos sus pagos, pero raramente ese día tampoco se encontraba el calendario colgado en la pared de lado izquierdo de su cama.

domingo, 27 de octubre de 2013

El tercer velorio



El invierno de ese año llego con mucha premura, los días eran muchos más cortos, cada vez que pasaba el transcurrir de esos cuatro meses húmedos y fríos. El cielo oscuro, pero enternecedor, llegaba a muy temprana hora con esos pocos destellos de estrellas en el firmamento, que muchas  veces daban ganas de contarlas. Las pequeñas luces de cada una de las casas suburbanas del barrio de San Jerónimo se encendían llegando las cinco de la tarde en punto, por el oscurecer del cielo a un negro azabache.

El barrio era pequeño en su estructura, solamente siete casas de cada lado conformaban ese pequeño pasaje de muy estrecho corredizo entre casa y casa, cada de una de ellas tenia diferente forma en sus fachadas: algunas tenían como entrada un pequeño sardinel de flores amarillas, otras pequeñas rejas de madera que daban la sensación de pequeñas casas de juguetes y otras mas aventuradas, habían adelantado toda la fachada, puertas y ventanas hasta el limite permito por la municipalidad del distrito, una de estas casa era de Doña Rosa.

Todas las viviendas, con sus respectivas familias, contaban con una historia diferente, pero también cada una de ellas sabía la historia de la otra, los Ramírez sabían la historia de los Gonzáles y estos sabían la historia de los Castillo, y así continuaba la cadena del cual todos sabían de todos.

Doña Rosa Vda. De Velazquez, había quedado sin marido hace tres inviernos pasados, a la edad de sesenta y cinco años,  la mayoría de sus hijos vivían en el extranjero, y solo la menor de los siete se había quedado a vivir con ella, más por falta de dinero para poder alquilar una pequeña habitación, que por amor maternal.

sábado, 26 de octubre de 2013

Los dos mismos días



Una extraña sensación a olvido se posesionó de sus pensamientos, no sabia como había podido suceder, las imágenes pasaban velozmente como un recordatorio de su vida pasada, pero muchas de ellas, con un amargo sabor a pregunta. De  pronto, un olor a tierra fresca que provenía de los jardines de la mansión, invadió la habitación en un breve instante, era un olor turbio, pero agradable, confundiéndose con los majestuosos olores de las rosas y el inconfundible olor a palo santo.

Fernando López, de buenos modales y refinado gustos, escritor solitario y  nocturno, escribía desde las seis y media de la tarde hasta pasado las doce de la noche, tratando de terminar, esa novela del cual él, familia y allegado iban a sentirse orgullosos; se esforzaba tanto, que solo claudicaba de escribir, cuando su forzada vista le pidiera el favor de un descanso.

Había despertado de su profundo sueño, en su acostumbrada mecedora de cedro, herencia de su padre. Todas las madrugadas, poco antes del amanecer, Fernando tenía la costumbre de levantarse de su inmensa cama de estilo colonial, para tomar reposo en la mecedora de su difunto padre, y con el leve movimiento de esta, ver la tenue luz vespertina.
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