martes, 29 de octubre de 2013

Ella está a punto de llegar



La sensación de Armando era casi real, no solamente se suponía en un sin fin de situaciones, no solamente era el repetitivo camino imaginario que brindaba sus agotados pensamientos, en esos espacios vacíos de su mente, era un acopio de cosas sin sentido, era quizás el vértigo de la soledad sopesando el límite exacto de su insostenible cansancio por la vida.

No tenia espacios en su mente que no fueran ocupados por el dolor y por la desidia de volver hacer bien las cosas, era como un todo de irresponsabilidades dadas consecutivamente a los largo de su existencia, no pensaba remediarlas, no pensaba en pedir disculpas, no pensaba en tener esa minúscula oportunidad, a veces dada, para volver hacer las cosas bien y como deberían ser, solo tenía el reparo de pensar que  en algún momento había prestado dinero y nunca le iban a pagar – ¿Porque le preste dinero a ese hijo de perra? – se preguntaba; el tiempo ya no importaba, ni el espacio, ni la materia, todo era por las puras,  ya nada tenía sentido, o quizás sí… quizás si solo podría calmar ese pequeño escozor en su espalda, aliviar esa sensación de impotencia de no poder hacerlo por sus propios medios… medios que algún día tuvo y no supo aprovechar, tal vez nunca supo aprovechar nada, y esa indecisión hizo que su ser fuera así, triste, sin sentimiento, ni futuro cercano, y mucho menos lejano.
Sabía que ella estaba por llegar, que todo ese esperar sub humano tendría un fin, como lo tiene todo en este transitar. Ya muchas veces la había visto pasar por el frente de su casa, y ella pasaba muy cerca de él, casi siempre rozándolo, sin que él se diera cuenta, el muchas veces olía su perfume, un olor a tranquilidad, combinado con un pequeño tufillo a palo santo mezclado con rosas, un olor que siempre recordaba en sus días más angustiosos.

El siempre la extrañaba sin conocerla, hasta sentía cierto amor por ella, jugaba que ella llegaba, y que él la esperaba con los brazos abiertos, que se entrelazaban en un abrazo interminable, libre de toda culpa, ni tapujos, un abrazo sincero, un hermoso calor que el solo iba a sentir con ella, en el momento que ella entrara por esa puerta blanca por ambos lado, y que siempre estaba entre abierta esperando su llegada.

Armando alzo la mirada y el reloj de cabecera marcaba las seis de la tarde, sus pensamientos se volvían muchos más pesados, pero sin sentido, divagaba entre un mar de relatos vanos, las imágenes había desaparecido y solo una nube de letras, frases, estrofas y argumentos eran el único respiro cerebral que tenía, y entre toda esa mescolanza de frases, se repetía "ella está a punto de llegar".

En un espacio lejano sintió el crujir de las bisagras de la puerta de madera pintada de blanco por ambos lado, era ella, Armando la miro, desde su sombrío rincón postrado en una cama, el sonrió muy tranquilamente,  abrió los brazos, ella se acerco, lo abrazo, como abraza una madre a su hijo recién nacido, se escucho un silencio perpetuo, hasta que llego ese único suspiro.
Armando tenía veinticuatro años, soltero, sin hijos, huérfano desde los 13 años, y criado por la hermana solterona de su difunta madre. Armando quiso morir desde hace cinco años, estuvo postrado en una cama desde hace seis, víctima de una extraña enfermedad, que fue carcomiendo sus extremidades de a poco y desde ese entonces Armando siempre, pero siempre... la esperaba.

1 comentario:

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